En
los Muros de Erix
Howard
Phillips Lovecraft
Antes de tratar de descansar
voy a redactar estas notas como preparación para el informe que debo realizar.
Lo que he encontrado es tan singular, tan contrario a toda experiencia pasada y
a toda previsión, que merece una descripción muy cuidadosa. Llegué a la base
principal de Venus el 18 de marzo, según el calendario de la Tierra; VI, 9 del
calendario del planeta. Tras ser destinado al grupo más nutrido, al mando de
Miller, recibí mi equipo - un reloj dispuesto para tener en cuenta la rotación,
algo más rápida, de Venus- y efectué el habitual entrenamiento con máscara. M
cabo de dos días se me consideró - apto para todo trabajo.
Abandonando la base de la
Compañía Cristal en Terra Nova al amanecer del VI, 12, seguí la ruta del sur
que Anderson había cartografiado desde el aire. El camino era malo, pues esas
junglas acostumbran a ser poco transitables tras un aguacero. Debe de ser la
humedad que da a esas lianas y ramas entrelazadas su dureza de cuero; una
dureza tan grande que con un machete se necesita casi diez minutos para cortar
algunas de ellas. M mediodía todo estaba más seco, y la vegetación adquiría una
consistencia blanda y gomosa, de forma que el machete cortaba con mayor
facilidad... pero ni aún así podía ir demasiado aprisa. Esas máscaras de
oxígeno tipo Carter son demasiado pesadas; y el solo hecho de cargar con uña de
ellas deja derrengado a un hombre ordinario. Una máscara Dubois, con un sistema
de esponja en lugar de cilindros, suministraría un aire igual de bueno con solo
la mitad de peso. El detector de cristales parecía funcionar bien, señalando
constantemente en una dirección que verificaba el informe de Anderson. Es
curioso cómo funciona ese principio de afinidad... sin esas mentiras de los
viejos «palos de zahoríes» de allá en la Tierra. Debía de haber un gran
depósito de cristales en un radio de un millar y medio de kilómetros, aunque
supongo que esos malditos hombres-lagarto deben de estar vigilando y
guardándolo.
Probablemente deben de
pensar que somos unos estúpidos por venir a Venus a buscar esas cosas, como
nosotros pensamos que lo son ellos por arrodillarse en el barro y adorar
cualquier trozo de esa materia que encuentran, o por tener una gran masa de la
misma sobre un pedestal en su templo. Me gustaría que cambiasen de religión,
pues para lo único que quieren los cristales es para rezar ante ellos. Si no
fuera por su teología, nos dejarían llevarnos todas las cantidades que
quisiésemos... y aunque aprendieran a aprovecharlos en la obtención de energía,
habrían más que suficientes para su planeta y para la Tierra. Por mi parte, ya
estoy harto de no ocuparme de los depósitos principales y tener que ir buscando
cristales sueltos en los lechos de los ríos de la jungla. Algún día haré todo
lo que pueda para que se lleve a cabo una matanza de esos desgraciados
escamosos por un buen ejército de nuestro planeta. Una veintena de naves podrían
traer las suficientes tropas como para llevarla a cabo. Uno no puede considerar
que esos malditos animales sean hombres por muchas «ciudades» y torres qué
edifiquen. No tienen talento más que para edificar, y para usar sus espadas y
dardos envenenados, y no creo que sus llamadas «ciudades» sean mucho más que
los hormigueros o las presas de los castores. Dudo que siquiera tengan un
verdadero idioma; y todas esas chácharas acerca de la comunicación psicológica
mediante esos tentáculos que tiene en el pecho me parecen puras memeces. Lo que
engaña a la gente es que caminen sobre dos patas, cual no es más que un
parecido accidental con el hombre de la Tierra. Me gustaría atravesar alguna
vez una jungla venusiana sin tener que estar atento por si me encuentro un
grupo de ellos, o para evitar sus malditos dardos. Quizá no molestasen antes de
que comenzásemos a llevarnos los cristales, pero ahora son realmente
peligrosos... con sus lanzamientos de dardos y sus sabotajes de nuestras
conducciones de agua. Cada vez estoy más convencido de que tienen un sentido
especial similar a nuestros detectores de cristales.
Nunca se ha sabido que
molestaran a un hombre – si exceptuamos el lanzamiento de dardos a larga
distancia – que no llevase cristales encima. Hacia la una del mediodía un dardo
casi se me arrancó el casco, y por un segundo creí que uno de mis cilindros de
oxígeno había sido perforado. Esos taimados diablos no habían hecho ningún
ruido, pero tres de ellos me estaban rodeando. Los cacé a todos moviendo en círculo
mi pistola lanzallamas, pues aunque su color se confundía con el de la jungla,
pude descubrirlos por el movimiento de las ramas. Uno de ellos tenía dos metros
y medio de alto, con un morro similar al de un tapir. Los otros dos tenían la
habitual estatura de dos metros diez. Lo único que hace que sean una verdadera
amenaza es su gran número... y un solo regimiento de lanzallamas podría acabar
con ellos. Sin embargo, es curioso cómo han logrado ser la especie dominante
del planeta. No existe otra especie viviente más desarrollada que los reptantes
akmans y skorahs, o los tukanhs voladores del otro continente... a menos que,
naturalmente, esos agujeros de la Meseta Dioneana oculten algo.
Hacia las dos de la tarde mi
detector señaló hacia el oeste, indicando unos cristales aislados situados
hacia mi derecha. Eso estaba de acuerdo con lo que decía Anderson, y por
consiguiente, cambié de dirección. El camino era más duro, no solo porque era
en cuesta, sino porque la vida animal y las plantas carnívoras eran más densas.
Estaba dando golpes de machete a ugrats y pisando skorahs continuamente, y mi
traje de cuero estaba totalmente manchado por los estallidos de los darohs que
me golpeaban por todos lados. La luz era más débil a causa de la neblina, y el
calor del sol no parecía acabar de secar el barro. Cada vez que daba un paso mi
pie se hundía doce o quince centímetros, y se oía un sonido de succión, blup,
cada vez que lo levantaba. Me gustaría que alguien inventase otro tipo de
material que usar en los trajes para este clima que no fuera cuero.
Naturalmente la tela se pudriría; pero algún tipo de tejido metálico fino que
no se rasgase – como la superficie de este cubre papiros, que resiste la
podredumbre – debería ser posible de conseguir. Comí hacia las 3,30, si es que
el tragarse esas repugnantes tabletas alimenticias a través de la máscara puede
ser llamado comer. Poco después me fijé en que se producía un claro cambio en
el paisaje: las brillantes flores de aspecto venenoso cambiaban de color y
tomaban un tinte funerario. Las siluetas de todas las cosas tremolaban
rítmicamente, y aparecían brillantes puntos de luz que bailaban al mismo ritmo
lento y continuo. Tras lo cual la temperatura pareció fluctuar al unísono con
un peculiar ritmo tamborileante.
Todo el universo parecía
estar temblando con profundas pulsaciones regulares que llenaban cada rincón
del espacio y fluían a través de mi cuerpo y mi mente. Perdí todo sentido del
equilibrio y me tambaleé mareado, pero las cosas no cambiaron lo más mínimo
cuando cerré mis ojos y me cubrí las orejas con las manos. No obstante, mi
mente aún estaba clara, y en pocos minutos me di cuenta de lo que había
sucedido. Habla encontrado al fin una de aquellas curiosas plantas de espejismo
acerca de las cuales tantos de nuestros hombres contaban historias. Anderson me
había advertido que tuviera cuidado con ellas, y me habla descrito con
precisión su apariencia: el velludo tallo, las espinosas hojas, y las moteadas
flores cuyas gaseosas exhalaciones, productoras de sueños, penetran cualquier
tipo existente de máscara. Recordando lo que le había sucedido a Bailey hacía
tres años, caí en un momentáneo pánico, y comencé a correr tambaleante en el
loco y caótico mundo que las exhalaciones de la planta hablan tejido a mí
alrededor. Luego, el sentido común regresó a mí, y me di cuenta de que lo único
que tenía que hacer era retirarme del punto donde estaban las peligrosas
flores, alejándome de la fuente de las pulsaciones y siguiendo a ciegas un
camino, sin importarme lo que pareciese girar a mí alrededor, hasta que hubiese
logrado salir del radio de acción de la planta, y estar a salvo.
Aunque todo giraba en forma
peligrosa, traté de seguir la dirección correcta y abrirme paso hacia adelante.
Mi ruta. debía de ser todo menos recta, pues parecieron pasar horas antes de
que lograra librarme de la ofuscante influencia de la planta productora de
espejismos. Gradualmente las danzantes luces comenzaron a desaparecer, y el
espectral paisaje comenzó a tomar un aspecto más sólido. Cuando estuve
completamente a salvo miré mi reloj y me asombró darme cuenta de que solo eran
las 4,20. Aunque me había parecido que pasaba una eternidad, toda aquella
experiencia no habla durado más de media hora. Sin embargo, todo retraso era
molesto, y había perdido camino al huir de la planta. Ahora seguí hacia
adelante, ladera arriba, en la dirección indicada por el detector de cristales,
empleando todas mis energías en el intento de ir más deprisa. La jungla seguía
siendo espesa, aunque había menos vida animal. En una ocasión una flor
carnívora rodeó mi pie derecho, y lo asió con tal fuerza que tuve que liberarme
a golpes de machete, haciendo trizas la planta antes de lograr que me soltase.
En menos de una hora me di cuenta de que la vegetación estaba haciéndose menos
densa, y hacia las cinco de la tarde, tras pasar una región de helechos
gigantes con pocos matorrales entre ellos, salí a una gran meseta musgosa.
Ahora, mi paso se hizo rápido, y vi por los estremecimientos de la aguja de mi
detector que estaba aproximándome bastante al cristal que buscaba. Era
realmente extraño, porque la mayor parte de los dispersos esferoides en forma
de huevo se hallaban en los arroyos de la jungla, de un tipo que no era muy
probable encontrar en aquel terreno alto, sin árboles.
El terreno seguía subiendo,
y acababa en una cresta muy definida. Llegué a la cima hacia las 5,30 y vi ante
mi una llanura muy extensa y bosques en la distancia. Sin lugar a dudas aquello
era la meseta cartografiada por Matsugawa desde el aire, hacía cincuenta años,
y que era llamada en nuestros mapas Eryx o Meseta Eryciniana. Pero lo que hizo
acelerar el ritmo de mi corazón fue un pequeño detalle, cuya posición no podía
haber estado muy alejada del centro exacto de la llanura. Era un único punto de
luz, que brillaba a través de la neblina y que parecía atraer la penetrante
luminosidad concentrada de los amarillentos rayos del 501, atenuados por los
vapores. Era sin duda el cristal que buscaba: un objeto que probablemente no
sería mayor que el huevo de una gallina, y que no obstante contenía la
suficiente energía como para mantener caliente durante un año a toda una
ciudad. Mientras contemplaba el distante brillo, me preguntaba por qué sería
que aquellos miserables hombres-lagarto adorasen a aquellos cristales sin que,
no obstante, tuvieran la menor noción de la energía que contenían.
Echando a correr, traté de
alcanzar el inesperado premio lo más rápidamente posible; y me sentí molesto
cuando el firme musgo dio paso a un muy fluido y especialmente detestable barro
moteado con ocasionales manchas de vegetación. Pero seguí chapoteando sin
detenerme, sin pensar ni siquiera en mirar a mi alrededor en busca de algún
hombre-lagarto al acecho. En aquel espacio abierto no era muy probable caer en
una emboscada. Y mientras avanzaba la luz frente a mi parecía aumentar de
tamaño y brillantez, y comencé a darme cuenta de alguna peculiaridad en su
situación. Claramente se trataba de un cristal de una gran calidad, y mi
alegría creció con cada paso chapoteante. Es ahora cuando debo comenzar a tener
mucho cuidado al hacer mi informe, ya que lo que tendré que decir de ahora en
adelante implicará temas sin precedente, aunque afortunadamente verificables.
Iba corriendo hacia adelante con creciente ansiedad, y ya me encontraba a un
centenar de metros, más o menos, del cristal, cuya posición en una especie de
elevación del terreno parecía algo rara dado el omnipresente barro, cuando una
inesperada y tremenda fuerza me golpeó en el pecho y en los nudillos, echándome
hacia atrás, al barro. El chapoteo de mi caída fue terrible, y la blandura del
terreno y la presencia de algunas hierbas resbaladizas no libró a mi cabeza de
un anonadador golpe. Durante un momento me quedé boca arriba, demasiado
atontado como para poder pensar. Entonces, mecánicamente, me puse en pie y
comencé a sacudirme algo del barro y suciedad de mi traje de cuero.
No tenía ni idea de qué era
aquello con lo que había tropezado. No había visto nada que hubiese podido
producir aquel golpe, ni tampoco lo veía ahora. ¿Acaso habría, después de todo,
resbalado simplemente en el barro? Mis doloridos nudillos y pecho me negaban
esta posibilidad. O, ¿sería todo el incidente una ilusión creada por alguna
oculta planta de espejismos? Parecía poco probable, ya que no notaba ninguno de
los síntomas usuales, y porque no había por allí ningún lugar en el que un
vegetal tan chillón y visible pudiera ocultarse a mi vista. Si hubiéramos
estado en la Tierra, hubiera sospechado que se trataba de una barrera de fuerza
N colocada por algún gobierno para marcar una zona prohibida, pero en aquella
región deshabitada por el hombre tal noción parecía absurda. Finalmente logré
recuperarme, y decidí investigar con cautela. Manteniendo mi machete todo lo
por delante que podía para que fuera lo primero que se encontrase con la
extraña fuerza, comencé a caminar de nuevo hacia el brillante cristal,
disponiéndome a adelantar paso a paso con una gran deliberación. Al tercer paso
me vi detenido por el impacto de la punta del machete contra una superficie aparentemente
sólida... una superficie sólida allá donde mis ojos no veían nada.
Al cabo de un momento
recuperé mi aplomo. Extendiendo mi enguantada mano, verifiqué la presencia de
una materia sólida invisible, o de una ilusión táctil de materia sólida, frente
a mí. Moviendo la mano comprobé que la barrera tenía una extensión sustancial,
y una lisura parecida a la del cristal, sin que hubiera evidencia de junturas
de bloques separados. Animándome a realizar nuevos experimentos, me quité un
guante y palpé aquello con la mano desnuda. Desde luego era duro y su tacto era
vítreo, y con una extraña frialdad que contrastaba con el aire que me rodeaba.
Forcé la vista al máximo en un esfuerzo por divisar alguna huella de sustancia
obstructora, pero no pude ver nada. Ni siquiera había evidencias de un poder
refractor, juzgando por el aspecto del terreno situado enfrente. La ausencia de
un poder reflexivo quedaba probada por el que no hubiera una imagen brillante
del sol en ningún punto. Una intensa curiosidad comenzó a desplazar cualquier
otro sentimiento, y amplié mis investigaciones lo mejor que pude. Explorando
con las manos, comprobé que la barrera se extendía desde el suelo hasta un
nivel mucho más alto del que yo podía alcanzar, y que se prolongaba
indefinidamente hacia ambos lados. Era, pues, un muro de algún tipo, aunque su
propósito y el material de que estaba construido eran algo que no podía ni
imaginar. De nuevo pensé en la planta de espejismos y los sueños que inducía,
pero al cabo de un instante abandoné tal idea.
Golpeando con fuerza la
barrera con la empuñadura del machete, y dándole patadas con mis gruesas botas,
traté de interpretar los sonidos así producidos. En aquellas reverberaciones
había algo que recordaba al cemento armado, aunque mis manos notaban la
superficie más bien vítrea o metálica al tacto. Ciertamente me enfrentaba con
algo extraño, y de lo cual no había previa experiencia. El siguiente paso en
toda lógica era hacerse idea de las dimensiones del muro. El problema de la
altura sería difícil de resolver, si es que no era imposible, por lo que quizá
fuera más fácil ocuparse antes de la cuestión del largo y forma. Extendiendo
los brazos y manteniéndome apretado contra la barrera, comencé a caminar
lentamente hacia la izquierda, fijándome muy bien hacia qué lado estaba dando
frente. Tras algunos pasos concluí que la pared no era recta, sino que me
encontraba siguiendo parte de algún amplio circulo o elipse. Y entonces mi
atención fue distraída por algo totalmente distinto... algo relacionado con el
aún lejano cristal que era el objetivo de mi búsqueda. Ya he dicho que aún
desde mayor distancia la posición del objeto brillante aprecia extraña en
alguna manera indefinible, pues se hallaba sobre un bajo montículo que se
alzaba sobre el barro. Ahora, a un centenar de metros, podía ver claramente a
pesar de la neblina lo que era el montículo. Era el cuerpo de un hombre
ataviado con uno de los uniformes de cuero de la Compañía Cristal, caído boca
arriba y con su mascarilla de oxígeno medio hundida en el barro a algunos
centímetros de distancia. En su mano derecha, apretada convulsivamente contra
el pecho, se hallaba el cristal que me había traído allí: un esferoide de
increíble tamaño, tan grande, que los dedos muertos casi no podían cerrarse
sobre él. Aún a aquella distancia podía darme cuenta de que el hombre llevaba
muerto poco tiempo. Se veía muy poca descomposición, y reflexioné que en un tal
clima aquello significaba que la muerte se había producido hacía tan solo un
día. Pronto las odiosas moscas-farnoth comenzarían a amontonarse sobre el
cuerpo. Me pregunté quién seria el hombre. Desde luego nadie que hubiera visto
en aquel viaje. Debía tratarse de uno de los veteranos ausente en un largo
periplo, que había llegado a aquella región independientemente de los trabajos
de Anderson.
Y allí yacía, más allá de
todo problema, y con los rayos del gran cristal surgiendo de entre sus rígidos
dedos. Durante más de cinco minutos me quedé allí mirando, lleno de asombro y
aprensión. Un curioso miedo me asaltó, y tuve el irrazonable impulso de escapar
corriendo. No podía haber sido asesinado por aquellos repugnantes
hombres-lágarto, pues aún tenía el cristal que había hallado. ¿Tendría aquello
alguna conexión con la pared invisible? ¿Dónde habría hallado el cristal? El
instrumento de Anderson había indicado uno por aquellos alrededores mucho antes
de que aquel hombre pudiera haber perecido. Ahora comencé a ver en aquella
barrera invisible algo siniestro, y retrocedí, apartándome de ella con un
estremecimiento. Y, sin embargo, sabía que tenía que solucionar el misterio con
aún más rapidez y de una vez por todas, debido precisamente a aquella reciente
tragedia. De pronto, con una sacudida que devolvió mi mente al problema con que
se enfrentaba, sé me ocurrió una forma posible de estudiar la altura del muro,
o al menos de averiguar si se extendía o no indefinidamente hacia arriba.
Tomando un puñado de barro, dejé que gotease hasta que hubo adquirido una
cierta consistencia, y entonces lo lancé a lo alto, hacia la barrera totalmente
transparente. A una altura de quizá cuatro metros golpeó a la superficie
invisible con un sonido resonante, desintegrándose y fluyendo en chorritos que
bajaban con una sorprendente rapidez. Claramente se veía que el muro era alto.
Un segundo puñado, lanzado aún más hacia arriba, golpeó la superficie a unos
cinco metros de altura, desapareciendo tan rápidamente como el primero.
Reuní entonces todas mis
fuerzas y me preparé a lanzar un tercer puñado tan alto como me fuera posible.
Dejando escurrir el barro, y apretándolo para conseguir que estuviera lo más
compacto posible, lo lancé con tal inclinación que temí que no alcanzase
siquiera a la barrera. No obstante, lo hizo, y esta vez cruzó el muro y cayó en
el barro de más allá con un violento chapoteo. Al fin tenía una idea aproximada
de la altura del muro, pues el barro la había sobrepasado a unos seis metros de
altura. Resultaba pues totalmente imposible ascender una pared lisa y
resbaladiza, vertical, de una altura de unos seis metros. Por consiguiente,
debía continuar rodeando la barrera en la esperanza de hallar un portal, un
fin, o algún tipo de interrupción. ¿Formaba el obstáculo un círculo completo u
otra figura geométrica cerrada, o era simplemente un arco o un semicírculo?
Actuando según mi decisión, reinicié mi lento camino hacia la izquierda,
moviendo mis manos arriba y abajo sobre la superficie invisible por si tenía la
suerte de hallar alguna ventana u otra pequeña abertura. Antes de comenzar a
andar, traté de marcar mi posición abriendo a patadas un agujero en el barro,
pero era demasiado fluido como para poder dejar una huella en él. No obstante,
determiné aproximadamente el lugar fijándome en una alta cicada de la lejana
selva, que aprecia estar en línea con el brillante cristal, situado a un
centenar de metros de mí. Si no había ningún portal o fisura, ahora podría
saber cuándo había dado una vuelta completa a la pared.
No había tenido que seguir
mucho rato antes de lograr determinar que la curvatura indicaba un recinto
circular de un centenar de metros de diámetro, siempre que la figura fuera
regular. Eso quería decir que el muerto yacía cerca de la pared en un punto
casi opuesto de la región donde yo había iniciado mi experimento. ¿Estaría en
la parte interior o exterior del recinto? Aquella era algo que pronto
averiguaría. Cuando lentamente fui dando vuelta a la barrera sin hallar ninguna
puerta, ventana u otra interrupción, decidí que el cuerpo debía de encontrarse
en el interior. Desde más cerca las facciones del muerto, y la forma en que sus
ojos miraban, me parecieron algo inquietantes. Cuando me hallé muy cerca creí
reconocerlo como Dwight, un veterano al que nunca había tratado, pero al que
había visto en el puesto el año pasado. El cristal que aferraba era ciertamente
un ejemplar precioso: el mayor espécimen que jamás hubiera visto. Estaba tan
cerca del cuerpo que, de no ser por la barrera, lo hubiera podido tocar, cuando
mi tanteante mano izquierda halló un ángulo en la superficie invisible. En un
segundo averigüé que se trataba de una abertura de unos noventa centímetros de
ancho, que se extendía desde el suelo hasta una altura mayor de la que podía
alcanzar. No había puerta, ni ninguna evidencia de señales de bisagras que
hablasen de una puerta desaparecida. Sin un solo momento de duda di un paso
hacia adelante y avancé otros dos hacia el cuerpo postrado, que yacía formando
un ángulo recto con la sala en que había entrado, en lo que parecía ser un
corredor sin puerta, que intersectaba con ella. Me produjo una nueva sensación
de curiosidad el darme cuenta de que el interior de aquel vasto recinto estaba
dividido por paredes.
Inclinándome para examinar
el cadáver, descubrí que no tenía herida alguna. Esto no me sorprendió, ya que
la presencia del cristal era un argumento en contra de que su muerte se debiera
a los reptiles nativos. Buscando alguna posible causa de su fallecimiento, mis
ojos cayeron sobre la máscara de oxígeno que se encontraba junto a los pies del
cadáver. Eso sí que era significativo. Sin aquel artefacto ningún ser humano
podía respirar el aire de Venus durante más de treinta segundos y Dwight, si es
que era él, obviamente había perdido el suyo. Probablemente lo había llevado
descuidadamente atado, de forma que el peso de los cilindros había soltado las
correas, una cosa que no hubiera sucedido con una máscara de esponja Dubois. El
medio minuto de tiempo había sido demasiado poco para permitir al hombre
recuperar su protección, o quizá el contenido cianógeno de la atmósfera fuera
anormalmente alto en el momento en que se produjo el accidente. Tal vez estaba
demasiado ocupado admirando el cristal... fuera donde fuese que lo hubiera
hallado. Aparentemente acababa de sacarlo de la bolsa de su traje, pues la tapa
de la misma estaba desabrochada. Entonces procedí a arrancar el enorme cristal
de los dedos del explorador muerto... una tarea que la rigidez del cadáver
hacía muy difícil. El esferoide era mayor que el puño de un hombre, y brillaba
como si tuviera vida propia a los rojizos rayos del sol que se hallaba en el oeste.
Cuando toqué la brillante superficie me estremecí involuntariamente, como si al
tomar aquel precioso objeto me hubiera transferido el fatal destino que había
caído sobre su anterior propietario. No obstante, mis recelos pronto se
desvanecieron, y cuidadosamente introduje el cristal en la bolsa de mi uniforme
de cuero. La superstición nunca ha sido uno de mis defectos.
Colocando el casco del
hombre sobre su inerte rostro, de ojos muy abiertos, me alcé y salí de nuevo, a
través de la invisible puerta, hacia la sala de entrada del gran recinto.
Entonces se reavivó mi curiosidad acerca del extraño edificio, y me estrujé el
cerebro especulando acerca de su material, origen y propósito. No podía creer
ni por un momento que se debiera a la mano del hombre. Nuestras naves habían
llegado a Venus hacia solamente setenta y dos años, y los únicos seres humanos
del planeta eran los de Terra Nova. Además, el conocimiento humano no incluía
ningún sólido perfectamente transparente y no refractante como el que componía
aquella construcción. Podía descartarse la idea de que en la prehistoria los
humanos hubieran invadido Venus, con lo que uno debía volver a la idea de que
se trataba de una construcción nativa. ¿Habría precedido a los hombres4agarto
una olvidada raza de seres altamente evolucionados? A pesar de sus ciudades
elaboradamente edificadas, parecía difícil el aceptar que aquellos reptiloides
hubieran hecho algo así. Debió de haber existido otra raza eones antes, de la
que quizá esta fuera la última reliquia. ¿O acaso futuras expediciones
hallarían ruinas de un origen similar? El propósito de una tal edificación era
algo que se prestaba a cualquier conjetura... pero su extraño material,
aparentemente nada práctico, me sugería un uso religioso.
Consciente de mi incapacidad
para resolver estos problemas, decidí que lo único que haría seria explorar la
construcción invisible. Estaba convencido de que varias salas y corredores se
extendían por la aparentemente vacía llanura de barro; y creí que el
conocimiento de su disposición podía llevar a algo significativo. Así que,
tanteando mi camino a través de la puerta y pasando junto al cadáver, comencé a
avanzar a lo largo del corredor hacia aquellas regiones interiores de las que
presumiblemente había venido el muerto. Más tarde investigaría la estancia que
acababa de abandonar. Tanteando como un ciego, a pesar de la neblinosa luz, me
moví lentamente hacia delante. Pronto el corredor giró con brusquedad y comenzó
a seguir una espiral hacia el centro en círculos cada vez más cerrados. De vez
en cuando mi tacto revelaba un pasadizo sin puerta que intersectaba el que yo
seguía, y varias veces encontré intersecciones en las que había dos, tres y
cuatro caminos divergentes. En esos casos siempre seguía la ruta más interna,
que parecía formar una continuación de la que yo estaba atravesando. Habría
mucho tiempo para examinar los ramales cuando hubiera alcanzado las regiones
internas y regresado de ellas. Apenas si puedo describir lo extraño de la
experiencia... ¡Atravesando los pasadizos invisibles de un edificio que no
podía ver, construido por seres desconocidos en un planeta extraño! Al fin, aún
tanteando, noté que el corredor finalizaba en un espacio abierto de
considerable tamaño. Palpando, averigüé que me encontraba en una cámara
circular de unos tres metros de diámetro; y por la posición del cadáver y de
ciertos puntos de referencia en el bosque, juzgué que aquella cámara se hallaba
en el centro del edificio, o cerca de él. De ella surgían cinco corredores
además de aquel por el que había llegado, pero mantuve a este último en mi
memoria, tomando una alineación visual del cadáver con un árbol determinado en
el horizonte, cuando me encontré en la entrada.
No había nada en esta
habitación que la distinguiese; simplemente el omnipresente suelo de barro.
Preguntándome si aquella parte del edificio tendría techo, repetí mi
experimento, lanzando hacia arriba un puñado de barro, y en seguida averigüé
que éste no existía. Si alguna vez lo había habido, debía de haberse desplomado
hacía mucho, pues nunca encontré a mis pies ni restos, ni cascotes. Mientras
reflexionaba, se me ocurrió que era realmente extraño que aquella estructura,
aparentemente tan arcaica, estuviese tan despr6vista de bloques caídos, fisuras
en las paredes, y otros atributos normales del paso del tiempo. ¿Qué era? ¿Qué
había sido? ¿De qué estaba hecha? ¿ Por qué no se notaban evidencias de que las
paredes, vítreas y asombrosamente homogéneas, estuviesen constituidas por
bloques separados? ¿Por qué no había señales de puertas, ni interiores ni
exteriores? Solo sabía que me encontraba en un edificio circular, sin techo,
sin puertas, de alguna extraña, lisa, perfectamente transparente, no
reflectante ni refractante sustancia, de un centenar de metros de diámetro, con
muchos corredores, y una pequeña sala circular en el centro. Ninguna otra
investigación directa podría enseñarme nada más. Entonces observé que el sol se
estaba hundiendo en el Oeste; ya era un disco dorado que flotaba en un estanque
escarlata y naranja sobre los árboles, difuminados por la niebla, del
horizonte. Resultaba claro que tendría que apresurarme si es que deseaba elegir
un lugar seco en el que dormir antes de que cayese la noche. Desde hacía mucho,
había decidido acampar para pasar la noche en el firme borde de la meseta,
cubierto de musgo, cerca de la cresta desde la que había divisado por primera
vez el brillante cristal, esperando que mi habitual buena fortuna me salvase
del ataque de los hombres-lagarto. Siempre he creído que deberíamos viajar en grupos
de dos o más, para que alguien pueda estar de guardia mientras el otro duerme,
pero el número relativamente pequeño de ataques nocturnos hace que la Compañía
no se preocupe demasiado de ellos. Esos malditos escamosos parecen tener
dificultades para ver de noche, a pesar de sus curiosas antorchas
fosforescentes.
Habiendo tomado de nuevo el
pasadizo por el que había llegado, comencé a regresar a la entrada de la
estructura. Las subsiguientes exploraciones podrían esperar al próximo día.
Tanteando mi camino lo mejor que pude a través del corredor, con solo una
dirección general, mis recuerdos y un vago reconocimiento de algunos de los
pocos definidos grupos de matorrales de la llanura como guías, pronto me
encontré de nuevo cerca del cadáver. Ahora había una o dos moscas farnoth
volando sobre el rostro cubierto por el casco, y supe que comenzaba a
descomponerse. Con una fútil repugnancia instintiva alcé mi mano para alejar la
vanguardia de los carroñeros... cuando se manifestó una cosa extraña y asombrosa.
Una pared invisible que detuvo el movimiento de mi mano me demostró que, a
pesar de lo cuidadoso de mi intento de desandar el camino, no había regresado
al corredor en el que yacía el cadáver. En cambio, me hallaba en un corredor
paralelo pues sin duda había dado alguna vuelta equivocada en los intrincados
pasadizos de allá atrás. Esperando encontrar una puerta que diera a la cámara
de entrada algo más hacia adelante, continué mi avance, pero de pronto llegué a
una pared que cerraba el paso. Así que tenía que regresar a la cámara central e
iniciar de nuevo mi camino. No podía saber exactamente dónde me había
equivocado. Miré el suelo para ver si por algún milagro habían quedado huellas
que me pudiesen guiar, pero en seguida me di cuenta de que el fluido barro solo
mantenía dichas huellas durante escasos momentos. No tuve mucha dificultad en
encontrar de nuevo mi camino al centro, y una vez allí reflexioné
cuidadosamente sobre el camino correcto hacia el exterior. Antes me había ido
demasiado hacia la derecha. Esta vez tenía que tomar una desviación mas a la
izquierda en alguna parte... aunque el sitio exacto era algo que tendría que
decidir por el camino.
Mientras tanteaba de nuevo
mi camino, me sentía bastante confiado en que fuera el correcto, y me fui hacia
la izquierda en una bifurcación que estaba seguro de recordar. La espiral
continuaba y tuve buen cuidado en no perderme por ningún pasadizo que
intersectase el que seguía. Sin embargo pronto vi, muy disgustado, que estaba
pasando a considerable distancia del cadáver; evidentemente aquel pasadizo
llegaba a la pared exterior en un punto mucho más allá del sitio donde se
encontraba. En la esperanza de que existiese otra salida en la mitad del muro
que aún no había explorado, seguí hacia adelante varios pasos más, pero al fin
me encontré de nuevo con una barrera sólida. Resultaba claro que la disposición
del edificio era mucho más complicada de lo que había supuesto. Entonces dudé
entre regresar de nuevo al centro o intentar seguir alguno de los corredores laterales
que se dirigían hacia el cadáver. Si elegía aquella segunda alternativa, corría
el riesgo de romper el hilo mental que me indicaba dónde me hallaba; por lo que
era mejor que no lo intentase a menos de que pudiera pensar en alguna forma de
dejar una huella visible tras de mí. El cómo dejar tal huella era un verdadero
problema, y hurgué en mi mente buscando una solución. No parecía llevar nada
encima que pudiera dejar una señal en algo, ni ningún material que pudiera
desparramar, o dividir en pequeños trozos para ir sembrando a mi paso.
Mi pluma no tenía efecto
alguno sobre la pared invisible, y no podía dejar un rastro de mis preciosas
tabletas alimenticias. Aunque hubiera estado dispuesto a desprenderme de ellas,
no hubiera habido bastantes... y además las pequeñas tabletas se hubieran
hundido instantáneamente en el barro, desapareciendo. Busqué en mis bolsillos
tratando de hallar algún anticuado bloc de notas, que a menudo se usa de una
forma no oficial en Venus a pesar de lo rápidamente que se pudre el papel en la
atmósfera del planeta, ya que podría haber roto y sembrado sus páginas, pero no
pude encontrar ninguno. Obviamente resultaba imposible romper el delgado pero
resistente metal del papiro de notas, ni tampoco mi vestimenta me ofrecía ninguna
posibilidad. En la peculiar atmósfera de Venus no podía arriesgarme a
desprenderme de mi uniforme de cuero, y se había eliminado toda prenda interior
a causa del clima. Traté de manchar con barro las lisas paredes invisibles tras
de escurrirlo para dejarlo lo más seco posible, pero me encontré con que se
deslizaba hasta el suelo tan rápidamente como los puñados que había usado para
averiguar la altura. Finalmente saqué mi machete y traté de hacer una raya en
la fantasmagórica superficie... algo que pudiese reconocer con la mano, aunque
no ofreciese la ventaja de ser visible desde lejos. No obstante resultó inútil,
pues la hoja no causaba la menor impresión en el asombroso material
desconocido.
Frustrado en todas mis
tentativas de marcar un camino, de nuevo busqué la cámara central con mis
recuerdos. Parecía mucho más fácil regresar a aquella habitación que seguir un
camino definido y predeterminado que lo alejase a uno de ella, y tuve pocas
dificultades en encontrarla de nuevo. Esta vez fui anotando en mi papiro cada
giro que daba, dibujando un burdo diagrama hipotético de mi ruta, y señalando
todos los corredores divergentes. Naturalmente era un trabajo
enloquecedoramente lento, dado que todo tenía que ser determinado por el tacto,
y las posibilidades de error eran infinitas; pero creía que a la larga me sería
de utilidad. Cuando llegué a la sala central ya estaba avanzado el largo
crepúsculo de Venus, pero aún tenía esperanzas de llegar al exterior antes de
que oscureciese totalmente. Comparando mi diagrama recién hecho con mis
recuerdos previos, creía haber localizado mi primer error, así que de nuevo
partí confiado a lo largo del corredor invisible. Me fui más hacia la izquierda
aún que en los anteriores intentos, y traté de señalar mis giros en el papiro
por si estaba aún equivocado. En la creciente oscuridad podía ver la débil
silueta del cadáver, ahora en el centro de una repugnante nube de moscas
farnoth. No me cabía duda de que no pasaría mucho tiempo antes de que los
sificlighs, que viven en el barro, se acercasen babeando desde la llanura para
completar el nauseabundo festín.
Acercándome al cadáver con
cierta reluctancia, estaba preparándome a pasar junto a él, cuando una
repentina colisión con una pared me demostró que, de nuevo, había equivocado el
camino. Ahora me daba cuenta, claramente, de que esta perdido. Lo inextricable
del edificio hacía imposible el hallar una solución rápida, y probablemente
tendría que hacer un cuidadoso estudio antes de poder esperar salir de él. Sin
embargo, aún me sentía ansioso por llegar a un terreno seco antes de que cayera
la oscuridad; así que regresé una vez más al centro y comencé una serie
desordenada de pruebas coronadas siempre por el fracaso, tomando notas a la luz
de mi lámpara eléctrica. Cuando usé este artefacto me fijé con interés en que
no producía reflejos, ni el mínimo resplandor, en las paredes transparentes que
me rodeaban. No obstante, ya estaba preparado para esto, ya que en ningún
momento el sol había producido un destello en el extraño material. Estaba aún
tanteando cuando la oscuridad se hizo total. Una densa niebla ocultaba la mayor
parte de las estrellas y los planetas, pero la Tierra era claramente visible
como un brillante punto verdeazulado hacia el sudeste. Acababa de pasar el
punto de oposición, y ahora seria una visión maravillosa de contemplar por un
telescopio. Hasta pedía divisar la Luna junto a ella cuando los vapores se
hacían momentáneamente menos densos. Ahora era totalmente imposible ver el
cadáver, mi único punto de referencia, así que regresé a la cámara central tras
algunos giros en falso. Después de todo, tendría que abandonar la esperanza de
dormir sobre terreno seco. No podía hacer nada hasta que saliese el sol, y, tal
como estaban las cosas, lo mejor sería descansar allí mismo. El acostarse en el
barro no sería agradable, pero con mi traje de cuero resultaba factible. En
anteriores expediciones había dormido bajo condiciones aún peores, y ahora la
misma exhausción me ayudaría a superar mi repugnancia.
Así que aquí estoy, acuclillado
en el barro de la sala central y tomando estas notas en mi papiro a la luz de
la lámpara eléctrica. Hay algo casi humorístico en mi extraña e inusitada
desdicha. Perdido en un edificio sin puertas... ¡un edificio que no puedo ver!
Sin duda saldré de él a primera hora de la mañana, y llegaré a Terra Nova con
el cristal a última hora de la tarde. Ciertamente es una verdadera belleza...
con un sorprendente lustre aún a la débil luz de esta lámpara. Acabo de sacarlo
para examinar. A pesar de mi fatiga, el sueño tarda en llegarme, así que sigo
escribiendo. Pero debo terminar ahora. No hay muchas posibilidades de que sea
molestado por aquellos malditos nativos en este lugar. Lo que menos me gusta es
el cadáver... pero, afortunadamente, mi máscara de oxígeno me evita los peores
efectos de la podredumbre. Estoy usando los cubos de clorato con mucho tiento.
Ahora tomaré un par de tabletas alimenticias y me echaré a dormir. Luego
proseguiré.
LUEGO - VI, 13 POR LA TARDE
Ha habido más problemas de
los que me imaginaba. Aún sigo en el edificio y tendré que trabajar rápida y
cuidadosamente si es que quiero dormir esta noche en terreno seco. Pasó mucho
tiempo antes de que lograra dormirme, y no desperté hasta que era casi el
mediodía. Tal como estaban las cosas, hubiera dormido aún más si no hubiera
sido por el resplandor del sol a través de la niebla. El cadáver constituía una
visión repugnante, cubierto de sifíclighs, y con una nube de moscas farnoth a
su alrededor. Algo había apartado el casco del rostro, y más valía no mirar lo
que había quedado al descubierto. Me sentía doblemente satisfecho por mi
máscara de oxígeno, cuando pensaba en la situación. Al fin me alcé y me sacudí
el barro, tome un par de tabletas de alimento y coloqué un nuevo cubo de
clorato de potasio en el electrolizador de la máscara. Estoy usando esos cubos
con parsimonia, pero me gustaría tener una mayor cantidad. Me siento mucho
mejor después de haber dormido, y espero salir del edificio dentro de poco.
Consultando las notas y dibujos que había hecho, me sentí impresionado por la
complejidad de los pasadizos, y por la posibilidad de que hubiera cometido un
error fundamental. De las seis aberturas que había en el espacio central, había
elegido una determinada tomándola por aquella por la que había entrado usando
como guía una línea de visión. Cuando estaba justamente en el interior de la
abertura, el cadáver situado a cincuenta metros de distancia se hallaba
exactamente alineado con un lepidodendro especial del lejano bosque. Ahora se
me ocurrió que este dato podía no ser lo bastante fiable, pues la distancia del
cadáver hacía que la diferencia de dirección, con relación al horizonte, fuera
relativamente Poca cuando lo miraba desde las aberturas inmediatamente
contiguas a la elegida. Además, el árbol no se diferenciaba tanto como hubiera
sido de desear de los otros lepidodendros del horizonte.
Efectuando una prueba, me di
cuenta, desalentadoramente, de que no podía estar seguro de cuál de las tres
aberturas era la correcta. Esta vez estaría seguro. Me di cuenta de que a pesar
de que resultaba imposible marcar mi camino, había un señalizador que sí me era
posible dejar. Aunque no podía quitarme el traje, podía, a causa de mi espesa
mata de cabello, prescindir del caso; y este era lo bastante grande y poco
pesado como para permanecer visible sobre el fluido barro. Por consiguiente me
quité el objeto, que era prácticamente hemisférico, y lo dejé a la entrada de
uno de los corredores: el situado más a la derecha de los tres que debía
probar. Seguiría aquel corredor suponiendo que era el correcto repitiendo lo
que creía recordar eran los giros exactos, y tomando y consultando
constantemente notas. Si no lograba salir, iría eliminando sistemáticamente
todas las posibles variaciones; y si esas fallaban, pasaría a cubrir las
avenidas que se extendiesen desde la siguiente abertura, de la misma manera;
continuando hasta la tercera si ello resultaba necesario. Más pronto o más
tarde tendría que dar con el camino correcto a la salida, pero debía mostrarme
paciente. Aún en el peor de los casos, era casi imposible que no lograse salir
al exterior a tiempo para dormir sobre terreno seco. Los resultados inmediatos
fueron bastante desalentadores, aunque me ayudaron a eliminar la abertura de la
derecha en poco menos de una hora. Solo una sucesión de callejones sin salida,
cada uno de los cuales terminaba a una mayor distancia del cadáver, parecían
surgir de aquella abertura; y muy pronto me di cuenta de que no había estado
incluida en mis correteos de la tarde anterior. Sin embargo, como antes,
siempre encontré relativamente fácil el tantear mi camino de regreso a la
cámara central.
Alrededor de la una del
mediodía pasé el casco que me servía de señal a la siguiente abertura y comencé
a explorar los pasadizos que se abrían tras ella. Al principio creí reconocer
los giros, pero pronto me hallé en un grupo de corredores totalmente
desconocidos. No podía llegar cerca del cadáver, y esta vez también parecía
tener el camino a la cámara central cortado, aunque pensaba haber anotado cada
movimiento que había hecho. Debía de haber giros engañosos e intersecciones
demasiado sutiles para que lograse reflejarlas en mis burdos diagramas, y
comencé a notar una sensación que era parte ira y parte descorazonamiento.
Aunque naturalmente con paciencia al fin lograría salir de allí, me di cuenta
de que mí búsqueda tendría que ser minuciosa, incansable y extensa. Las dos de
la tarde me encontraron aún errando por extraños corredores, palpando
constantemente mi camino y mirando alternativamente a mi casco y al cadáver,
mientras anotaba datos en el papiro con decreciente confianza. Maldije la
estupidez y la curiosidad que me habían atraído a aquel embrollo de paredes
invisibles, y reflexioné que si no me hubiera preocupado de aquella cosa y hubiera
regresado tan pronto como hube tomado el cristal del cadáver, ahora estaría a
salvo en Terra Nova. De pronto se me ocurrió que quizá pudiera abrir un túnel
bajo las paredes invisibles con mi machete, y así lograr salir al exterior o a
algún corredor que llevase allí. No tenía forma de saber la profundidad de los
cimientos del edificio, pero el omnipresente barro era un argumento a favor de
la ausencia de cualquier otro suelo que no fuera el mismo terreno. Poniéndome
de cara al lejano y cada vez más horrible cadáver, comencé a cavar febrilmente
con la ancha y afilada hoja.
Había unos quince
centímetros de barro semilíquido, bajo el cual la densidad del suelo se
incrementaba muchísimo. Este terreno profundo parecía ser de un color distinto,
una arcilla grisosa bastante parecida a la que se hallaba cerca del polo norte
de Venus. Mientras continuaba profundizando cerca de la barrera invisible vi
que el terreno se estaba haciendo más y más duro. El barro acuoso penetraba en
la excavación con la misma rapidez con que yo sacaba la arcilla, pero metía las
manos en él y seguía trabajando. Si lograba abrirme un paso bajo la pared, el
barro no iba a impedir que me metiese por él. Aún así, a unos noventa
centímetros de profundidad la dureza del suelo frenó considerablemente mi
excavación. Su resistencia era muy superior a cualquier otra conque me hubiese
encontrado antes, aún en este planeta, e iba unida a un peso anormal. Mi
machete tenía que astillar y cortar la apretada arcilla, y los fragmentos que
sacaba eran como piedras sólidas o trozos de metal. Finalmente hasta este
sistema de excavación se hizo imposible, y tuve que cesar mi trabajo sin haber
alcanzado el borde inferior de la pared. El intento que había durado una hora
larga había sido fútil y dañino, pues había usado una buena parte de mi energía
y me obligó a tomar una tableta extra de alimento y a colocar un cubo adicional
de clorato en la máscara de oxígeno. También me obligó a cesar en mis
exploraciones, pues aún sigo demasiado cansado para caminar. Tras limpiar mis
manos y brazos de barro, lo mejor que pude, me senté a escribir estas notas,
apoyándome contra la pared invisible y dando la espalda al cadáver. Ese cadáver
es ahora, simplemente, una estremecida masa de bichos: el olor ha comenzado a
atraer algunos de los viscosos akmans de la lejana jungla. Y me fijo en que
muchas de las hierbas efjeh están extendiendo tentáculos necrófagos hacia el
cuerpo; pero dudo que ninguno de ellos sea lo bastante largo como para
alcanzarlo. Me gustaría que algunos animales realmente carnívoros como los
skorah apareciesen, pues quizá captasen mi olor y penetrasen en el edificio en
mi búsqueda. Los animales esos tienen un extraño sentido de la orientación.
Podría contemplarlos mientras venían, e ir anotando su ruta aproximada si es
que no lo hacían en línea continua. Eso me sería de una gran ayuda. Y cuando
llegasen ante mí la pistola me libraría de ellos.
Pero no puedo esperar una
cosa así. Ahora que he terminado estas notas, descansaré un poco más, y luego
tantearé de nuevo. Tan pronto como regrese a la cámara central, lo que debería
ser fácil, probaré con la abertura de la izquierda. Quizá pueda salir antes de
la noche después de todo,
VI, 13 POR LA NOCHE
Nuevos problemas. Mi
escapatoria será tremendamente difícil, pues hay elementos que no habla
sospechado. Otra noche en el barro y una lucha ante mí mañana. Descansé muy
poco rato y me alcé y tanteé de nuevo hacia las cuatro. Unos quince minutos
después llegué a la cámara central y moví mi casco para marcar la última de las
tres posibles aberturas. Partiendo de ella, me pareció que el camino me era más
familiar, pero al cabo de cinco minutos me detuve en seco ante la vista de algo
que me estremeció más de lo que pueda describir. Era un grupo de cuatro o cinco
de esos detestables hombres-lagarto que salían del bosque a lo lejos en la
llanura. No podía verlos claramente a aquella distancia, pero me pareció que
hacían una pausa y se volvían hacia los árboles para gesticular, tras lo que se
les unió una docena más. El grupo incrementado comenzó entonces a avanzar
directamente hacia el edificio invisible, y mientras se aproximaban los estudié
cuidadosamente. Nunca habla visto de cerca a uno de aquellos seres, si no era
entre las humeantes sombras de la jungla. El parecido con los reptiles era
perceptible, aunque sabía que solo era aparente, ya que esos seres no tienen
punto de contacto con la vida terrestre. Cuando se acercaron más me parecieron
menos reptiloides: únicamente la cabeza plana y la verdosa y viscosa piel,
parecida a la de una rana, daban la idea de ello. Caminaban erectos sobre sus
extrañas y gruesas patas, y sus discos de succión producían unos curiosos
sonidos en el barro. Eran especímenes normales, de unos dos metros diez de
alto, con cuatro largos y delgados tentáculos pectorales. Los movimientos de
esos tentáculos, si es que las teorías de Fogg, Ekberg y Janat son correctas,
lo que yo antes dudaba pero ahora ya estoy más dispuesto a creer, indicaban que
aquellos seres estaban conversando animadamente. Saqué mi pistola lanzallamas y
me preparé para una dura lucha. No tenía demasiadas posibilidades, pero el arma
me daba una cierta ventaja. Si las cosas aquellas conocían el edificio,
entrarían a por mí y de aquella manera me darían la clave de cómo salir tal
como los skorahs hubieran hecho. El que me iban a atacar me parecía seguro;
pues aunque no podían ver el cristal en mi bolsa, podían adivinar su presencia
mediante aquel sentido especial que poseían.
Pero, sorprendentemente, no
me atacaron. En lugar de ello se dispersaron y formaron un amplio círculo a mi
alrededor... a una distancia que indicaba que se estaban apoyando contra el
muro invisible. Allí de pie, formando un anillo, los seres se quedaron
mirándome silenciosa e inquisitivamente, moviendo sus tentáculos y a veces
haciendo gestos con sus cabezas o sus patas superiores. Al cabo de un rato vi
que otros salían del bosque, y avanzaban hasta unirse a la multitud curiosa.
Los más cercanos al cadáver lo miraron brevemente, pero no intentaron tocarlo.
Era una visión horrible, pero a los hombres-lagarto parecía no importarles. De
vez en cuando uno de ellos apartaba con un gesto de sus extremidades o
tentáculos las moscas farnoth, o aplastaba un reptante sificligh o akman, o una
estirada hierba efjeh con los discos de succión de sus patas traseras.
Devolviendo la mirada de aquellos grotescos e inesperados intrusos, y
preguntándome inquieto por qué no me atacaban inmediatamente, perdí por el
momento todo deseo y hasta la energía física necesaria para continuar mi búsqueda
de una salida. En lugar de ello, me apoyé contra la pared invisible del
pasadizo en que me encontraba, dejando que mi asombro se transformase
gradualmente en una cadena de locas especulaciones. Un centenar de misterios
que previamente me habían inquietado parecían, de repente, tomar un nuevo y
siniestro significado, y temblé con un miedo agudo, distinto a cualquier otro
que hubiera experimentado antes.
Creía saber por qué aquellos
seres repulsivos estaban agolpándose expectantes a mi alrededor. Creía también
haber descubierto al fin el secreto de la estructura transparente. El tentador
cristal que habla encontrado, el cuerpo del hombre que lo había hallado antes
que yo... todas esas cosas comenzaron a adquirir un significado tétrico y
amenazador. No habla sido una vulgar racha de mala fortuna lo que me había
hecho perderme en aquella maraña de corredores transparentes y sin techo. Ni
mucho menos. Sin duda alguna, aquel lugar era algo deliberado: un laberinto
construido a propósito por aquellos seres infernales cuyas habilidades y
mentalidad había infravalorado. Pero, ¿no debería haberlo sospechado antes,
conociendo su raro talento arquitectónico? Su propósito estaba bien claro. Era
una trampa; una trampa dispuesta para cazar seres humanos, y con el cristal esferoide
como cebo. Aquellos seres reptiloides, en su guerra con los ladrones de
cristales, habían decidido usar la estrategia, y estaban utilizando nuestra
propia codicia contra nosotros mismos. Dwight, si es que aquel cuerpo
putrefacto era Dwight, había sido víctima del laberinto. Debía de haber quedado
atrapado hacía algún tiempo, y no había logrado hallar la salida. Sin duda la
falta de agua lo había enloquecido, y quizá se había quedado también sin cubos
de clorato. Probablemente su máscara no se le había perdido accidentalmente;
era más probable que se hubiera suicidado. En lugar de enfrentarse con una
muerte lenta, había acabado con sus problemas quitándose deliberadamente la
máscara y dejando que la atmósfera letal acabase con él en seguida. La horrible
ironía de su destino estaba en su situación... a solo unos pasos de la salida
salvadora que no había logrado hallar. Un minuto más de búsqueda, y habría
estado a salvo. Y ahora yo estaba tan atrapado como él. Atrapado y con aquella
manada de curiosos riéndose de mi desgracia. La idea era enloquecedora, y,
cuando la tuve se apoderó de mi una repentina oleada de pánico que me hizo
echar a correr sin rumlx, por los invisibles corredores. Durante varios minutos
fui un demente: tropezando, cayéndome, hiriéndome contra las paredes
invisibles, y finalmente desplomándome en el barro como un montón de carne
estremecida, dolorida, sangrante y sin consciencia.
La caída me calmó un poco,
así que cuando lentamente me puse en pie, pude fijarme en las cosas y razonar.
El círculo de mirones estaba agitando sus tentáculos en una forma extraña y
regular, que me sugería una burla por su parte, así que les enseñé el puño con
ira cuando me puse en pie. Mi gesto pareció incrementar su diversión; y algunos
de ellos lo imitaron burdamente con sus verdosas extremidades anteriores. Algo
avergonzado, traté de recapacitar y considerar la situación. Después de todo,
no estaba tan mal como Dwight. A diferencia de él, sabía cuál era la situación,
y hombre prevenido vale por dos. Tenía pruebas de que se podía llegar a una
salida, y no repetiría su trágico acto de desesperación. El cadáver... o el
esqueleto, que es lo que pronto sería, seguía sirviéndome de guía para hallar
la abertura, y una paciencia decidida no dejaría de llevarme hasta ella si
trabajaba lo bastante, con inteligencia. Sin embargo, tenía la desventaja de
estar rodeado por aquellos demonios reptiloides. Ahora que me daba cuenta de la
naturaleza de la trampa, cuyo material invisible indicaba unos conocimientos
superiores a cualquier cosa conocida en la Tierra, ya no podía despreciar la
mentalidad y recursos de mis enemigos. Aún con mi pistola lanzallamas pasaría
un mal rato para alejarme de allí... aunque la audacia y la rapidez me
servirían, sin lugar a dudas, para salir del aprieto.
Pero primero tenía que
llegar al exterior... a menos que pudiera atraer o provocar a alguno de
aquellos seres, para que avanzase hacia mí. Mientras preparaba mi pistola para
cualquier posible acción y comprobaba mi abundante suministro de munición, se
me ocurrió que podía probar el efecto de la misma sobre las paredes invisibles.
¿Habría estado pasando por alto un método de escape factible? No tenía ni idea
de la composición química de la barrera transparente, y tal vez se tratase de
algo que una lengua de fuego pudiera cortar sin problemas. Eligiendo una
sección que daba hacia el cadáver, descargué cuidadosamente la pistola a
bocajarro y tanteé con mi cuchillo allá donde había dado la descarga. Nada
había cambiado. Había visto cómo la llama se extendía al tocar la superficie, y
me daba cuenta de que mi esperanza había sido vana. Solo una larga y tediosa
búsqueda de la salida lograría llevarme al exterior. Así que, tragándome otra
tableta alimenticia y colocando otro cubo en el electrolizador de mi máscara,
reinicié la larga búsqueda, volviendo sobre mis pasos hacia la cámara central e
intentándolo de nuevo. Constantemente consultaba mis notas y dibujos, y tomaba
otros nuevos, equivocándome una y otra vez en los giros, pero siguiendo
desesperadamente hasta que la luz de la tarde se hizo muy débil. Mientras
insistía en mi exploración, miraba de vez en cuando al silencioso círculo de
espectadores burlones, y noté un gradual cambio en su composición. De vez en
cuando algunos volvían al bosque, mientras que otros llegaban a tomar sus
lugares. Cuanto más pensaba en sus tácticas menos me gustaban, pues me daban
una idea de los posibles motivos de aquellos seres. En cualquier momento
aquellos diablos hubieran podido avanzar y luchar conmigo, pero parecían
preferir contemplar mis intentos por escapar. No me cabía más posibilidad que
considerar que estaban divirtiéndose con el espectáculo, y esto me hizo temer
con mayor fuerza la idea de caer en sus manos. Con la llegada de la oscuridad
cesé mi búsqueda, y me senté en el barro para descansar. Ahora estoy
escribiendo a la luz de mi lámpara, y pronto intentaré dormir un poco. Espero
que mañana lograré salir; pues mi cantimplora está vaciándose, y las tabletas
de lacol son un mal sustituto para el agua. Y no me atrevo a intentar sorber la
humedad de este barro, pues el agua de los barrizales de esta región es tan
solo potable cuando ha sido destilada. Por eso tenemos esas largas conducciones
de agua hasta las zonas de arcilla amarilla, y dependemos del agua de lluvia
cuando esos diablos sabotean nuestras tuberías. Además, tampoco tengo
demasiados cubos de clorato, y debo intentar disminuir mi consumo de oxígeno
tanto como pueda. Mi tentativa de abrir un túnel a primera hora de la tarde, y
mi loca carrera de después, consumieron una peligrosa cantidad de aire. Mañana
reduciré mis esfuerzos físicos al mínimo posible hasta que me halle frente a
los reptiles y tenga que luchar con ellos. Necesito una buena cantidad de cubos
para el viaje de regreso a Terra Nova. Mis enemigos siguen ahí; puedo ver un
círculo de sus poco luminosas antorchas fosforescentes a mi alrededor. Esas
luces me producen una sensación de horror que tiende a mantenerme despierto.
VI, 14 POR LA NOCHE
¡Otro día completo de
búsqueda y aún no he hallado mi camino al exterior! Comienza a preocuparme el
problema del agua, pues acabé con el contenido de mi cantimplora al mediodía.
Durante la tarde hubo un aguacero y regresé a la cámara central a buscar el
casco que había dejado como señal, para usarlo como recipiente y conseguir un
par de vasos de agua. Me bebí la mayor parte de la misma, pero he puesto el
poco que quedó en la cantimplora. Las tabletas de lacol sirven bien poco contra
la verdadera sed, y espero que vuelva a llover durante la noche. He dejado el
casco boca arriba para que recoja el agua que caiga. Y tampoco tengo demasiadas
tabletas alimenticias, aunque eso aún no sea un peligro. De todas maneras, de
ahora en adelante me pondré a media ración. Lo que realmente me preocupa son
los cubos de clorato, pues aún sin ejercicios violentos, el continuo caminar de
todo un día consume un número peligroso de los mismos. Me siento débil por mi
forzada economía de oxígeno, y por mi sed, que va en constante aumento. Cuando
reduzca la comida supongo que aún me sentiré más débil.
Hay algo maldito, algo
extraño, en este laberinto. Podría jurar que había eliminado ciertos giros con
mis dibujos, y sin embargo cada nuevo intento va en contra de algún supuesto
que creía comprobado. Nunca antes me había dado cuenta de lo perdidos que
estamos sin referencias visuales. Un hombre ciego quizá lo hiciese mejor que
yo... pero para la mayoría de nosotros la vista es el principal de nuestros
sentidos. El efecto de todos esos recorridos inútiles es causarme un profundo
desaliento. Puedo comprender cómo debió de sentirse el pobre Dwight. Su cadáver
es ahora tan solo un esqueleto, y los sificlighs y moscas farnoth ya han
desaparecido. Las hierbas efjen están haciendo pedazos el uniforme de cuero,
pues eran más largas y crecen más rápido de lo que me imaginaba. Y durante todo
el tiempo, esos espectadores cambiantes permanecen agitando sus tentáculos
alrededor de la barrera, riéndose de mí y disfrutando de mi desgracia. Un día
más y enloqueceré, si es que no me desplomo muerto de agotamiento. Mas no me
queda Otra solución que perseverar. Dwight habría salido si hubiera seguido
caminando un minuto más. Y es posible que alguien de Terra Nova venga a
buscarme antes de que pase mucho más tiempo, aunque éste sea solamente mi
tercer día de ausencia. Me duelen horriblemente los músculos, y no parezco
descansar en absoluto cuando me acuesto en este repugnante barro. La pasada
noche, a pesar de mi terrible fatiga, dormí sobresaltado, y esta noche temo que
no lo haga mejor. Vivo en una continua pesadilla: pasando del sueño a la
vigilia, y sin embargo sin estar verdaderamente despierto o dormido. Me tiembla
la mano, ya no puedo seguir escribiendo. Ese círculo de tenues antorchas
fosforecentes es repugnante.
VI, 15 A ULTIMA HORA DE LA
TARDE
¡Adelanto considerablemente!
Las cosas tienen buen aspecto. Estoy muy agotado y no dormí mucho antes de que
saliera el sol. Entonces, dormité hasta el mediodía, aunque sin lograr
descansar totalmente. No ha llovido, y la sed me debilita mucho. Comí una
tableta alimenticia extra para mantenerme en marcha, pero sin agua no me ha
servido demasiado. Me atreví a intentar beber algo del agua del barro en una
ocasión, pero me produjo violentos vómitos y aún me dejó más sediento que
antes. Debo conservar los cubos de clorato, así que casi me estoy sofocando por
la falta de oxígeno. No puedo caminar la mayor parte de tiempo, pero consigo
arrastrarme por el barro. Hacia las dos de la tarde creí reconocer algunos de
los pasadizos, y me acerqué mucho al cadáver, o esqueleto, de lo que habla
hecho en mis intentos del primer día. En una ocasión llegué a un callejón sin
salida, pero volví al camino principal con ayuda de mi mapa y notas. El
problema de más anotaciones es que hay demasiadas. Deben llenar un metro del
papiro, y debo detenerme durante largos ratos para descifrarlas. No consigo
concentrarme a causa de la sed, la sofocación y el agotamiento, y no logro
comprender lo que he escrito. Esos malditos seres verdes siguen mirándome y
riéndose con sus tentáculos, y a veces gesticulan de una forma que me hace
creer que se están contando alguna terrible broma que no logro comprender. Fue
hacia las tres de la tarde cuando realmente hallé una buena pista. Había un
portal que, según mis notas, no había atravesado antes; y cuando lo hice vi que
pedía arrastrarme dando un rodeo hacia el esqueleto envuelto por las hierbas.
El camino era una especie de espiral, muy similar a aquella por la que había
llegado inicialmente a la cámara central. Cuando llegaba a una puerta lateral o
a una intersección, seguía el camino que más parecía repetir el recorrido
original. Mientras me acercaba, en círculos, más y más a mi repugnante punto de
referencia, los espectadores del exterior intensificaban sus crípticas
gesticulaciones y su irónica risa silenciosa. Evidentemente veían algo
macabramente divertido en mi avance... dándose cuenta, sin lugar a dudas, de lo
inerme que estaré en cualquier lucha con ellos. Dejé que se rieran; pues aunque
me daba cuenta de mi tremenda debilidad, contaba con la pistola lanzallamas y
con sus numerosos cargadores extra para abrirme paso entre la vil falange de
reptiles.
Ahora mi esperanza estaba en
alza, pero no intenté ponerme en pie. Era mejor seguir reptando, y guardar mis
fuerzas para el cercano encuentro con los hombres-lagarto. Mi avance era muy
lento, y el peligro de perderme en algún camino sin salida muy grande, pero, de
todas formas, parecía ir siguiendo una curva que decididamente me llevaba hacia
mi meta ósea. La perspectiva me daba nuevas fuerzas, y durante un tiempo dejé
de preocuparme del dolor, la sed, y mi escasa cantidad de cubos. Las criaturas
se estaban agrupando todas alrededor de la entrada: haciendo gestos, saltando y
riendo con sus tentáculos. Pronto, reflexioné, debería enfrentarme con aquella
horda... y quizá con los refuerzos que recibiesen del bosque. Estoy ya tan solo
a unos metros del esqueleto, y me detengo a tomar estas notas antes de salir y
atravesar esa molesta banda de seres. Confío en que con mis últimas energías
podré ponerlos en fuga a pesar de su número, pues el radio de acción de esta
pistola es tremendo. Entonces acamparé en el musgo seco del borde de la meseta,
y por la mañana viajaré cansadamente por la jungla hacia Terra Nova. Me
alegrará volver a ver de nuevo hombres vivos y los edificios de la raza humana.
Los dientes de esa calavera brillan y sonríen de una forma horrible.
VI, 15 YA CASI DE NOCHE.
¡Horror y desesperación, me
equivoqué de nuevo! Tras tomar las anteriores notas me aproximé aún más al
esqueleto, pero repentinamente encontré una pared que se interponía. De nuevo
había sido engañado, y aparentemente volvía a estar en la misma situación que
tres días antes, durante mi primer fútil intento de salir del laberinto. No sé
si grité o no... quizá estuviera demasiado débil para producir un solo sonido.
Simplemente, me quedé anonadado en el barro durante un largo período, mientras
las cosas verdosas del exterior saltaban y reían y gesticulaban. Al cabo de un
tiempo recuperé totalmente el conocimiento... Mi sed, debilidad y sofocación
estaban acabando conmigo rápidamente, y con mis últimas fuerzas coloqué un
nuevo cubo en el electroliza...... sin pensarlo, y sin considerar mis
necesidades para el viaje de vuelta a Terra Nova. El oxígeno así obtenido me
revivió ligeramente, y me permitió contemplar los alrededores con más atención.
Parecía como si estuviera un poco más lejos del pobre Dwight de lo que me había
hallado en mi primer desengaño, y me pregunté embotadamente si podría hallarme
en otro corredor algo más remoto. Con esta débil esperanza me arrastré
laboriosamente hacia adelante, pero al cabo de algunos metros encontré una
pared como en la anterior ocasión. Así que aquello era el fin. Tres días no me
habían llevado a ninguna parte y mis fuerzas han desaparecido. Pronto enloqueceré
de sed, y ya no tengo bastantes cubos como para regresar. Me pregunté
débilmente por qué aquellos seres de pesadilla se habían agrupado de tal forma
junto a la entrada, para burlarse de mi. Probablemente era parte de su trampa:
el hacerme creer que estaba aproximándome a una salida que sabían que no
existía. Sé que no duraré mucho, aunque estoy resuelto a no acelerar mi fin
como hizo Dwight. Su cráneo sonriente está vuelto hacia mí, movido por los
tanteos de una de las hierbas efjeh que están devorando su traje de cuero. La
fantasmal mirada de esas cuencas vacías es peor que la de esos horrores
reptiloides. Da un ominoso significado a esa sonrisa muerta. Me quedaré muy
quieto sobre el barro para recuperar mis fuerzas en lo posible. Estas notas,
que espero lleguen a poder de los que vengan tras de mí, y les sirvan de aviso,
estarán pronto terminadas. Cuando acabe de escribir, descansaré un largo rato.
Entonces, cuando sea demasiado oscuro y esos seres no puedan verme, utilizaré
mis últimas reservas de energía para intentar lanzar el papiro sobre la pared y
el corredor que me separa de ella hacia la llanura exterior Tendré buen cuidado
de apuntar hacia la izquierda, donde no caiga entre el grupo de burlones
espectadores. Quizá se pierda para siempre entre el barro... pero quizá caiga
en algún matorral y llegue al fin a manos humanas.
Si al final es leído, espero
que sirva para algo más que para simplemente advertir a otros hombres de esta
trampa. Espero que sirva para enseñarle a nuestra raza que debe dejar esos
brillantes cristales donde están. Pertenecen a Venus. Nuestro planeta realmente
no los necesita, y creo que hemos violado alguna ley oscura y misteriosa,
alguna ley profundamente oculta en los arcanos del cosmos, en nuestras
tentativas de apoderarnos de ellos. ¿Quién puede decir qué oscuras, potentes y
extensas fuerzas empujan a esos seres reptilescos que guardan su tesoro en
forma tan extraña? Dwight y yo ya hemos pagado nuestra culpa, como otros lo han
hecho antes y otros los harán después. Aunque quizá esas pocas muertes sean
únicamente un preludio de unos horrores más grandes que aún están por venir.
Dejemos a Venus lo que es de Venus. Ya estoy muy próximo a la muerte, y temo no
ser capaz de poder lanzar el papiro cuando llegue la noche. Si no puedo
hacerlo> supongo que los hombres-lagarto se apoderarán de él, pues
probablemente se dan cuenta de lo que es. No querrán que nadie tenga un previo
aviso acerca del laberinto... y no sabrán que mi mensaje contiene una suplica a
su favor. A medida que se aproxima mi fin me siento más predispuesto a favor de
esos seres. ¿Quién puede decir, en la escala de las entidades cósmicas, qué
especie se encuentra más alta, o se aproximan más a la norma orgánica de los
espacios... si la suya o la mía?
Acabo de sacar el gran
cristal de mi bolsa para mirarlo durante mis últimos instantes. Brilla fiera y
amenazadoramente a los rojizos rayos de la puesta del sol. La horda se ha dado
cuenta de ello y sus gestos han cambiado en una forma que no pued6 comprender.
Me pregunto por qué permanecerán agrupados alrededor de la entrada en lugar de
concentrarse en un punto más cercano de la pared transparente. Estoy perdiendo
el sentido y ya no puedo escribir mucho más. Las cosas giran a mi alrededor, y
no obstante, no acabo de perder el conocimiento. ¿Podré lanzar el papiro sobre
la pared? El cristal brilla mucho, y eso que cada vez oscurece más. Oscuro. Muy
débil. Siguen riendo y saltando alrededor de la puerta, y han encendido esas
infernales antorchas fosforescentes. ¿ Se están yendo? Creí oír un sonido una
luz en el cielo...
INFORME DE WESTLEY P.
MILLER, DIRECTOR DEL GRUPO A COMPAÑIA CRISTAL DE VENUS (TERRA NOVA EN VENUS -
VI, 16)
Nuestro empleado A49, Kenton
1. Stanfield, domiciliado en 5317 Marshall Street, Richmond, Estados Unidos,
salió de Terra Nova a primera hora del VI, 12, para un corto viaje guiado por
un detector. Debiendo regresar el 13 o el 14, no había aparecido a la tarde del
15, por lo que el avión de observación FR-58 con cinco hombres a mi mando
partió a las ocho de la tarde para seguir su ruta con el detector. La aguja no
señalaba ningún cambio respecto a lecturas anteriores. Seguimos la aguja hasta
la Meseta Eryciniana, manteniendo en funcionamiento durante todo el camino
nuestros potentes reflectores. Nuestros lanzallamas de triple potencia y
cilindros de radiación D hubieran podido dispersar cualquier fuerza ordinaria
de nativos hostiles, o cualquier manada peligrosa de skorahs carnívoros. Cuando
estuvimos en la llanura abierta de Eriyx vimos un grupo de luces en movimiento
que sabíamos que eran antorchas fosforescentes nativas. Al aproximarnos, se
dispersaron por el bosque. Probablemente eran de setenta y cinco a cien. El
detector indicaba que había un cristal en el punto del que provenían. Planeando
a baja altura sobre aquel punto, nuestras luces descubrieron objetos en el
suelo. Un esqueleto cubierto por hierbas efjeh, y un cuerpo a unos tres metros
del mismo. M hacer descender el avión cerca de los cuerpos, la punta del ala
chocó contra un obstáculo invisible.
Acercándonos a los cuerpos a
pie, nos topamos con una lisa barrera invisible que nos asombró tremendamente.
Tanteando cerca del esqueleto hallamos una abertura, tras la cual habla un
espacio con otro orificio que daba al esqueleto. Este, aunque había sido
despojado de su ropa por las hierbas, tenía junto a él uno de los cascos
numerados de la Compañía, Era el empleado B-9, Frederick N. Dwight, del grupo
Koenig, que había partido hacía dos meses de Terra Nova en un viaje largo.
Entre este esqueleto y el cadáver aún indemne parecía haber otra pared, pero
pudimos identificar fácilmente al segundo hombre como Stanfield. Tenía un
papiro de notas en su mano izquierda y una pluma en la derecha, y parecía haber
estado escribiendo cuando murió. No se vela ningún cristal, pero el detector
indicaba la existencia de un enorme espécimen cerca del cadáver de Stanfield.
Tuvimos grandes dificultades para llegar hasta éste, pero finalmente lo
logramos. El cadáver estaba aún caliente, y junto a él se hallaba un gran
cristal, cubierto por el poco profundo barro. Inmediatamente estudiamos su
papiro y nos preparamos a dar ciertos pasos siguiendo los datos contenidos en
él. Las anotaciones del papiro forman la larga narración que precede a este
informe; una narración que hemos verificado en sus puntos esenciales, y que
adjuntamos como explicación de lo que hallamos. Las partes finales del relato
muestran el deterioro de su mente, pero no hay razón para dudar de su parte
principal. Stanfield obviamente falleció por una combinación de su sed,
sofocación, tensión cardíaca y depresión psicológica. Tenía colocada la máscara
y esta estaba generando oxígeno normalmente, a pesar de su escasa reserva de
cubos.
Teniendo dañado nuestro
aparato, enviamos un mensaje por radio reclamando la presencia de Anderson con
el avión de reparaciones FG-7, con un equipo de demoliciones y material para
las mismas. Hacia la mañana el FR-58 ya había sido reparado, y regresó al mando
de Anderson llevando los dos cadáveres y el cristal. Enterraremos a Dwight y
Stanfield en el cementerio de la Compañía, y enviaremos el cristal a Chicago en
el siguiente navío que se dirija a la Tierra. Luego, adoptaremos la sugerencia
de Stanfield... la más cuerda contenida al principio del informe, cuando aún
estaba sano, y traeremos las suficientes tropas como para acabar con los
nativos. Con el campo libre, no habrá límites en la cantidad de cristales que
podamos obtener. Por la tarde estudiamos con mucho cuidado el edificio o trampa
invisible, explorándolo con la ayuda de largas cuerdas de guía, y preparando un
mapa completo para nuestros archivos. Nos sentimos muy impresionados por el
diseño, y conservamos especímenes de la sustancia para someterlos a análisis
químicos. Estos conocimientos nos serán útiles cuando invadamos las ciudades
nativas. Nuestras brocas de diamante tipo C lograron perforar el material, y el
equipo de demoliciones está ahora dinamitando el edificio para volarlo hasta
los cimientos. No quedará nada cuando hayan acabado. Este edificio es una
verdadera amenaza para el tráfico aéreo y de otros tipos.
Al contemplar el plan del
laberinto uno se siente impresionado no solo por la ironía del fin de Dwight,
sino también por el de Stanfield. Cuando intentamos llegar hasta el segundo
cadáver desde el esqueleto, no pudimos hallar acceso hacia la derecha, pero
Marheim encontró una puerta desde el primer espacio interior a unos cuatro
metros y medio más allá de Dwight y a un metro y medio de Stanfield. Tras ella
había un largo corredor que no exploramos hasta más tarde, pero en su lado
derecho había otra puerta que llevaba directamente al cadáver. Stanfield podría
haber alcanzado la salida exterior caminando unos seis o siete metros si
hubiera hallado la abertura que estaba directamente tras él... una abertura de
la que no se dio cuenta a causa de su cansancio y desesperación.
Fin
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