La
Pradera Verde
H.P.
Lovecraft & Winifred Jackson
(Relato H.P. Lovecraft, escrito en colaboración con Winifred Jackson; en mi opinión, es el relato mas aburrido que he leído)
Nota Introductoria: La
siguiente narración particular, o registro o impresión, fue descubierta bajo
circunstancias tan extraordinarias que merecen una descripción cuidadosa. En la
noche del miércoles 27 de Agosto de 1913, cerca de las ocho y media, el pueblo
de la pequeña población de Potowonket, Maine, EE.UU., fue despertado por unos
terribles truenos, acompañados por enceguecedores relámpagos; las personas que
vivían cerca de la costa pudieron ver una gigantesca bola de fuego cayendo en
el mar, provocando una prodigiosa columna de agua. Al siguiente domingo, una
partida de pescadores compuesta por John Richmond, Peter B. Carr y Simon
Canfield, atraparon en su red barredera un objeto metálico masivo, que pesaba
360 libras y parecía (según el Sr. Canfield) como una pieza de chatarra. La
mayoría de los habitantes concordaron que este pesado cuerpo no era otro que la
bola de fuego que había caído del cielo cuatro días antes; y el Dr. Richard M.
Jones, la autoridad científica local, declaró que debía ser un aerolito o una
piedra meteórica. Luego de descascar algunos trozos, para enviarlos a un
experto en Boston para su posterior análisis, el Dr. Jones descubrió incrustado
en el interior del objeto semi-metálico, el extraño libro que contenía el
acontecimiento que se procede a narrar, el cual aún está en su posesión.
En forma, el descubrimiento
se asemeja a libro de apuntes, de unas 5 x 3 pulgadas , con treinta hojas. El
material, sin embargo, presenta marcadas peculiaridades. Las tapas eran
aparentemente de algún oscura y fría sustancia desconocida para los geólogos, e
irrompible por cualquier medio mecánico. Ningún agente químico parecía actuar
sobre ella. Las hojas eran del mismo material, salvo que de un color más claro
y más finas como para ser flexibles. El cuaderno estaba amarrado a través de
algún proceso que no quedó muy claro a aquellos que lo observaron; un proceso
que componía la adhesión de la sustancia de las hojas a la de las tapas. Estas
sustancias no podían ser separadas, ni tampoco las hojas podían ser dobladas,
por más fuerza que se utilizaba. Estaban escritas en un griego de la más pura calidad
clásica, y varios estudiantes de paleografía declararon que los caracteres
estaban en una cursiva utilizada aproximadamente en el siglo II A.C. Había muy
pocos datos en el texto para determinar la fecha. El modo mecánico de escritura
tampoco podía ser deducido. Durante el curso de las investigaciones, realizadas
por el profesor Chambers de Harvard, varias páginas, mayormente las de la
conclusión de la narración, se borraron completamente antes de poder ser
leídas; una circunstancia cercana al daño irreparable. Lo que quedó del
contenido fue transcripto al griego moderno por el paleógrafo Rutherford, y en
esta forma enviado a los traductores.
El profesor Mayfield, del
Instituto de Tecnología de Massachusetts, quien examinó fragmentos de la
extraña roca, declaró que era un verdadero meteorito; una opinión en la que el
Dr. Von Winterfeldt de Heidelberg (apresado en 1918, acusado de enemigo
extranjero peligroso) no concordó. El profesor Bradley del Colegio Columbia
adoptó una menos dogmática postura; señalando que prácticamente todos los
componentes eran desconocidos, advirtió que no podía efectuársele una
clasificación.
La presencia, naturaleza y
mensaje del extraño libro representan un problema, ya que no se le puede
aplicar explicación alguna. El texto, tan lejos como pudo ser preservado, es
reproducido aquí, tanto como nuestro lenguaje lo permite, en la esperanza que
algún eventual lector pueda hallar alguna interpretación y resolver uno de los
más grandes enigmas científicos de los últimos años.)
Era un lugar estrecho y
estaba solo. A un lado, más allá de un margen de un vívido y tremulante verde,
estaba el mar; azul, brillante, y ondulante, y emanando exhalaciones de vapor
que me intoxicaban. Estas exhalaciones eran tan densas, que me daban la impresión
de lo más extraña; el cielo estaba también azul y brillante. Al otro lado
estaba el bosque, casi tan antiguo como el mar, e infinitamente extendido
tierra adentro. Era muy oscuro, ya que los árboles eran enormes y muy
frondosos, e increíblemente numerosos. Sus troncos gigantescos eran de un
horrible color verde que se mezclaba con la estrecha parcela en donde yo
estaba. A alguna distancia, a ambos lados, el extraño bosque se extendía hacia
la orilla, haciendo desaparecer por completo la línea de la costa, encerrando
la franja estrecha. Algunos de los árboles, según pude ver, salían del agua
misma; como si estuvieran impacientes por doblegar cualquier barrera para su
progreso.
No vi seres vivientes, ni
signos de que cualquier cosa vivientes, salvo yo mismo, hubiera existido jamás.
El mar y el cielo y el bosque me rodearon, y llevaron a regiones más allá de mi
imaginación. No había ahí más sonidos que el de el viento azotando el bosque y
el mar.
Mientras estaba en este
silencioso lugar, súbitamente comencé a temblar; no sabía cómo estaba ahí, y
apenas podía recordar cuál era mi nombre y mi rango; sentí como que me volvería
loco si qué me estaba acechando. Recordé cosas que había aprendido, cosas que
había soñado, cosas que había imaginado o anhelado en alguna otra vida. Pensé
en esas largas noches contemplando las estrellas del cielo y maldiciendo a los
dioses porque mi alma libre no podía atravesar los vastos abismos que eran
inaccesibles a mi cuerpo. Conjuré arcaicas blasfemias, y terribles invocaciones
de Demócrito; cuando mis recuerdos vieron la luz, me estremecí por un profundo
temor, ya que sabía que estaba solo, horriblemente solo. Solo, aunque con
impulsos de vastedad de una ambigua clase; lo que recé jamás lo comprendí ni
conseguí. En la voz de las cimbreantes ramificaciones verdosas creí ver un
toque de abominación maligna y demoníaca victoria. Algunas veces esto me hería
como siendo en un horrible coloquio con cosas fantasmales e inimaginables que
los cuerpos verdes de los árboles ocultaban a medias; ocultaban de la vista
pero no de la conciencia. La más opresiva de mis sensaciones fue un siniestro
sentimiento de alienación. A pesar de que veía alrededor mío objetos que podía
denominar como: árboles, hierba, mar y cielo; sentía que sus relaciones conmigo
no eran las mismas que las de los árboles, hierba, mar y cielo que conocía en
la otra y débilmente recordada vida. La naturaleza de la diferencia no podía
revelar, aunque me estremecía con un lúgubre pavor.
Y entonces, en un punto
donde no podía distinguir nada más que el místico mar, me vi enfrentado a la
Pradera Verde; separada por una vasta extensión de azulada agua sacudida por
olas pequeñas e intensas, y también raramente cercana. En un momento que podía
ver furtivamente a través de mi hombro derecho hacia los árboles, preferí mirar
hacia el Prado Verde, que me afectó de manera particular.
Fue mientras mis ojos
estaban clavados sobre esta singular superficie, que sentí por vez primera que
la tierra se movía debajo mío. Comenzó con una especie de palpitante agitación
y siguió con una diabólica sugestión de actos concientes, una sección de la
orilla en la que estaba parado comenzó a elevarse; sostenida extrañamente por
alguna fuerza irresistible.
No me moví, sorprendido y
asustado como estaba por el fenómeno sin precedentes; y permanecí rígido parado
hasta que una ancha columna de agua rompió entre donde yo estaba y los árboles.
Entonces, me senté, con una especie de estupor, y nuevamente miré el agua
brillante y la Pradera Verde.
Detrás mío, los árboles y
las cosas que podían estar escondiéndose, parecían emitir una constante
amenaza. Lo supe sin siquiera volverme a mirar, ya que, a medida que pasaba más
y más tiempo en este ambiente, me convertía en menos dependiente de los cinco
sentidos que alguna vez habían constituido mi única seguridad. Supe que el
bosque verde me odiaba, aunque por ahora estaba a salvo de él, ya que el trozo
de terreno en el que estaba se había alejado bastante de la orilla.
Pero, habiendo dejado atrás
un peligro, otro se asomaba amenazadoramente. Algunas pedazos de tierra
constantemente se estaban desmenuzando de la isla flotante en la que me
mantenía, de manera que la muerte no podía estar muy distante si continuaba
así. En ese entonces fue como si sintiera que la muerte no sería mi final, y me
volví a mirar hacia la Pradera Verde, imbuído por una curiosidad de seguridad
en extraño contraste con el horror que experimentaba.
Entonces fue que escuché, a
una distancia inconmensurable, el sonido de una caída de agua. No era una
cascada trivial como las conocía, ya que lo que podía escucharse en las lejanas
tierras de los Escitas era como si todo el Mediterráneo estuviera siendo
vertido hacia un abismo insondable. Era hacia este sonido que mi isla menguante
se estaba dirigiendo, y yo me sentía contento.
Muy lejos estaban sucediendo
cosas extrañas y terribles; cosas que me volví a mirar, temblando de pavor. A
través de las oscuras columnas de vapor que sobrevolaba fantásticamente,
cavilaba sobre los árboles y parecía responder al desafío de las insinuantes
árboledas verdes. Luego, una niebla muy espesa surgió del mar para unirse al
vapor del cielo, y perdí de vista la costa. Todavía veía el sol -qué sol era
este- brillaba sobre el agua frente a mí, la tierra que había dejado parecía
haberse convertido en una demoníaca tempestad donde se debatían con violencia
la voluntad de los árboles infernales y lo que se ocultaba detrás de ellos,
contra el cielo y el mar. Y cuando la niebla se desvaneció, solo pude
contemplar el cielo y el mar azules, y no se veía ni la tierra ni el bosque.
Fue en este punto que mi
atención fue acaparada por el canto de la Pradera Verde. Hasta ahora, como
había dicho, no había encontrado signo de vida humana; pero ahora podía
percibir un aliviante canto cuyo origen y naturaleza eran aparentemente
inconfundibles. Mientras las palabras no me eran distinguibles, el canto
despertaba en mí un particular tren de asociaciones; y recordé algunas
intranquilizantes líneas que una vez había traducido de un libro egipcio, que
habían sido tomadas de un papiro del antiguo Meroe. A través de mi mente
corrían líneas que temía repetir; palabras que hablaban de cosas muy antiguas y
formas de vida en los días en los que nuestra tierra era sumamente joven. De
cosas que piensan, se mueven y están vivas, aunque dioses y hombres no puedan
considerarlas como seres vivientes. Era un libro muy extraño.
Según escuchaba, me iba
gradualmente despertando a una circunstancia que antes me había desconcertado
en forma subconciente. Anteriormente no había podido afilar mi vista para
distinguir ningún objeto en la Pradera Verde, lo que me daba una impresión de
vívido y homogéneo verdor, lo que consistía la totalidad de mi percepción.
Ahora, sin embargo, veía que la corriente causaría que mi isla quedara a corta
distancia de la costa; así que podía ver más y más sobre la tierra y el canto.
Mi curiosidad por ver a los cantantes era enorme, aunque también se mezclaba
con algo de aprensión.
Trozos de tierra y pasto se
continuaban cayendo de la pequeña parcela de terreno que me transportaba, pero
yo no prestaba atención a su pérdida ya que tampoco sentía que iba a morir con
el cuerpo o lo que aparentaba serlo. Todo a mi alrededor, tanto la vida como la
muerte, era una ilusión; ya había pasado por encima del límite de la mortalidad
y la entidad corporal, habiéndome convertido en una sustancia desconectada,
libre. Del lugar en donde estaba nada sabía, salvo el hecho que sentía que no
podía ser en el planeta Tierra que una vez me fue familiar. Mis sensaciones,
aparte de una especie de obsesivo terror, eran las de un viajero que acaba de
embarcarse rumbo a un lugar desconocido en un interminable viaje de
descubrimiento. Por un momento pensé sobre las tierras y las personas que había
dejado atrás; y del extraño camino por el cuál yo podría algún día contarles de
mis aventuras, siempre y cuando pudiera retornar, cosa que no creía.
Ahora estaba flotando muy
cerca de la Pradera Verde, tanto que las voces me resultaban más claras; pero a
pesar de que conocía varios lenguajes, no podía interpretar las palabras del
cántico. Me eran familiares, pero no tenía más que una vaga sensación de
pavorosa remembranza. La extraordinaria calidad de las voces -una calidad que
no puedo describir- me fascinaba y aterrorizaba a la vez. Mis ojos podían
percibir ahora varias cosas entre las omnipresentes rocas verdosas, cubiertas
con un brillante musgo del mismo color, árboles de considerable altura, y unas
indefinidas formas de gran magnitud que parecían moverse o vibrar entre los matorrales
en una peculiar manera. El canto, cuyos autores estaba tan ansioso por
vislumbrar, pareció subir de volumen, a un punto donde estas formas se hicieron
más numerosas y adquirieron más vigor en su movimiento.
Y entonces, al tiempo en que
mi isla se acercaba y el sonido del distante salto de agua crecía en fuerza, vi
claramente la fuente del cántico, y en un horrible instante lo recordé todo. De
tales cosas no puedo osar decir nada, ya que en esto fue revelada la abominable
solucióin de todo lo que me había confundido; y esta solución podría conduciros
a la locura, tal y como casi me había sucedido a mí... sabía ahora el cambio
que había experimentado al igual que otros que una vez fueron hombres, y sabía
sobre el interminable ciclo del futuro al que nadie podía escapar... viviré por
siempre, siendo eternamente consciente, a pesar del lamento de mi alma y mi
súplica a los dioses en pos de la muerte y el olvido... todo es antes mío: más
allá del ensordecedor torrente está la tierra de Stethelos, donde los jóvenes
son infinitamente viejos... la Pradera Verde... enviaré un mensaje a través del
horrible e inconmensurable abismo...
(A partir de este punto el texto se hace ilegible)
Fin
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